Comenzó a llover dentro del avión. El agua se colaba por gruesas goteras que me recordaban a mi casa en Temuco, en invierno. Pero estas goteras no me hacían ninguna gracia a 10.000 metros de altura. Lo gracioso, sí, fue un monje que venía detrás de nosotros. Abrió un paraguas y continuó leyendo, con serenidad oriental, sus textos de antigua sabiduría.
Pablo Neruda. Confieso que he vivido.