Papá nos llevó a todos en el auto por aquella subida Taqueadero, en pronunciada pendiente, descubriendo aquel ascensor cuyos rieles cruzaban como dos gigantescas antenas la calle de adoquines. Los carros bajaban, parsimoniosamente, cruzándose por sobre nuestras cabezas, en el preciso momento en que subíamos nosotros con la camioneta. Era tan extraña la geografía de Valparaíso que muchas veces, al doblar una curva o al subir una escalera, vislumbrábamos un pasaje nunca visto, como si recién estuviéramos maravillándonos con una nueva ciudad.

Manuel Peña Muñoz. Valparaíso, la ciudad de mis fantasmas.