La inocente seriedad con la cual ella contaba su historia y con la cual yo la había escuchado tan a menudo, y también la había contado yo mismo -acariciándonos con ojos absortos, juntos en el paraíso-, dos hipsters americanos de la década del 50 sentados en un cuarto en la penumbra, con el estrépito de las calles al otro lado del suave alféizar desnudo de la ventana.

Jack Kerouac. Los subterráneos.